Ayer fue uno de esos días en que sales sin pretensión, objetivo o expectativa. Sólo a tomar una cerveza. Una buena cerveza eso sí, pero sólo eso. Así, a fondo perdido. Y así, sin ir más lejos, aprendí de una vez por todas -por todas las que he bebido en esta vida- cómo beber correctamente una buena cerveza.
Cuando fuí a por mi segunda -la primera la bebí al modo tradicional, sin ataduras- el barman fue directo: «Ésta te la vas a beber como yo te diga«. Pasados los primeros segundos de estupor -no sabía si lo hacía por piedad o por flirteo- lo tuve claro: «Por favor. Soy toda oídos«.
Regla nº1: Reconoce una cerveza bien tirada. La capa justa de espuma -unos dos dedos- ha de ser una crema y bailar perfectamente sobre el anillo de carbono que forman las burbujas bajo ésta. Si no es así, no te molestes en seguir el ritual. Esa cerveza no lo merece.
Regla nº 2: La espuma no se bebe. Y si te asaltan las dudas, sólo recuerda que ahí se concentran los carbohidratos y es la parte responsable de la sensación de hinchazón posterior. Solucionado.
Ragla nº 3: Tu labio superior ha impedir que entre la espuma, dando paso en boca a la parte líquida. De ahí los típicos «bigotes» que deja la cerveza. Mira tú por dónde, tiene su porqué.
Regla nº 4: Siempre fría. Sin prisa pero sin pausa. Si se te queda caliente, olvida los pasos anteriores y haz lo que puedas. Total, para qué.
Si sigues correctamente estas reglas, cada sorbo quedará marcado en tu vaso formando finas líneas paralelas de espuma, a modo de trofeo.
Y quieras que no, una cierta sensación de distinción te invade la primera vez -también la segunda y la tercera, todo depende de cuántas lleves-. Porque el universo premium es todo un manual de uso y buenas costumbres, gusto, refinamiento y paladar. Y, de vez en cuando, algo de practicismo, aunque esas veces sean las menos.