Monvínic no es un restaurante al uso. Tampoco un bar de vinos cualquiera. El local barcelonés, que se autodefine como un centro divulgador de la cultura del vino, es todo eso y mucho más. En torno a su descomunal bodega -una columna vertebral de 4.000 referencias de todo el mundo-, un envoltorio de lujo a cargo del interiorismo de vanguardia de Alfons Tost, responsable de otros locales peculiares, como el estrellado Comerç24 de Carles Abellán.
En pleno centro de Barcelona, Monvínic cumplirá justo ahora su primer añito de vida, nacido como un ambicioso proyecto pionero en su ámbito, y habiendo alcanzado el reconocimiento, no sólo de muchos de los enófilos de la Ciudad Condal, sino de buena parte de la prensa internacional especializada.
De la puerta hacia dentro encontramos la recepción, con funciones de acogida y caja; una biblioteca con algunos portátiles y una buena colección de literatura vinícola –podemos encontrar incluso catálogos de subastas-; la zona wine-bar, donde podremos degustar vinos en botella, en copa o en media copa –la selección de vinos a copas incluye unas 40 opciones, que cambia semanalmente-; la bodega –el alma del proyecto-; la sala gastronómica, con un par de mesas colectivas para 32 comensales, dotadas de cubiteras en seco integradas y un punto de luz de fibra óptica por comensal, para no perdernos los matices de color del vino; y una preciosa sala de catas y presentaciones en la que se expone buena parte de la cristalería.
Pero además de la selección de vinos, Monvínic luce un segundo repertorio de lujo en el elenco de estrellas de su equipo, entre los que destacan los sumilleres Isabelle Brunet y César Cánovas. La primera ha pasado por El Bulli y Lavinia, habiendo trabajado junto al mítico viticultor australiano Philip Jones (¡qué grande su pinot noir!). El segundo, a pesar de destilar timidez por cada poro, ha sido designado en varias ocasiones mejor sumiller de España y ha convertido la bodega del restaurante de su padre (el Racó d’en Cesc) en una de las más notorias de Barcelona.
Para acabar de apuntalarlo, otro baluarte en la cocina: Sergi de Meià, un apasionado de la materia prima de pequeños elaboradores, al que cuando le felicitamos por la calidad del producto utilizado, le faltó tiempo para contarnos la procedencia de cada uno de los ingredientes de la cena.
Las cartas son también peculiares. La de vinos, una tablet-pc que incluye información ampliada sobre todas las referencias disponibles y diversos métodos de búsqueda y selección (aun así, recomiendo disfrutar del consejo de cualquiera de los sumilleres del local). Por otro lado, la carta de Sergi, proyectada en vivos colores sobre las paredes de la sala gastronómica, incluyendo preparaciones honestas, sin estridencias ni extravagancias. Culto al producto por encima de todo. Destacan los huevos con patatas a la riojana –ya un clásico-, la ensalada de tomate con cebolla y fresquísimas gambas, los pies de cerdo con trufa de verano, o un arroz con conejo de granja y cigalas que tardaré en olvidar.
Respecto a los precios, tomar una copa costará entre 2 y 10 euros, y una cena para dos rondará los 100, vinos a un lado. Por supuesto, como no debiera ser de otra forma en un lugar que rinde semejante pleitesía a Baco, márgenes más que aceptables para el líquido elemento.
Y para el que no tenga bastante con todo esto, el club Amigos de Monvínic, por 180 euros al año, te concederá acceso preferencial a catas y conferencias, te permitirá hacer uso indefinido de su biblioteca y te ofrecerá un asesoramiento técnico integral en la creación de tu bodega particular.
Colaboración especial: Dani – CaviarBCN