El nombre de Le Meurice va irremediablemente ligado a uno de los hoteles más lujosos y con más historia de París. Desde hace algunos años, la imparable ascensión de su homónimo restaurante gastronómico, ha hecho que el hotel no sólo sea conocido por el lujo de sus salones, sus amplias habitaciones o las innumerable anécdotas que circulan (y hacen circular los propios empleados) de las visitas de Dalí al establecimiento hotelero.
En 2003, la llegada de Yannick Alléno al frente de los fogones de Le Meurice supuso un soplo de aire fresco a un restaurante que se había quedado algo estancado en una cocina de hotel que, a pesar de estar basada en un producto de calidad, con abundantes ingredientes de altísimo precio, no alcanzaba a codearse entre la crème de la crème de la gastronomía parisina. En los últimos años, el equipo de más de 70 personas que dirige Alléno, ha recibido su tercera estrella Michelin, ha aumentado a 18 su puntuación en la guía Gault Millau y, en 2008, ha supuesto una de las mayores entradas en el ranking de los mejores restaurantes del mundo de Restaurant Magazine, situándose en el puesto 33.
La entrada al restaurante debe hacerse desde el hall del hotel, con lo que antes de pasar al comedor ya empiezas a imaginarte lo que se te viene encima. La sala, para no agraviar al hotel en el que se encuentra, está decorada –según dicen, inspirada en Versalles– con espectaculares lámparas de lágrimas en el techo y numerosos frescos en las paredes, que se turnan con los espejos, cristaleras y diversos elementos decorativos acabados en mármol.
Yannick Alléno ha actualizado de arriba a abajo la carta de Le Meurice, dotándola de un punto de creatividad del que carecía en otras épocas y, sin dejar de lado los orígenes de su cocina ni los ingredientes más exclusivos, ha acabado de redondear aquellas recetas que iban quedándose algo rezagadas con el paso del tiempo.
En sus menús encontramos siempre algunos ingredientes fetiche, como el foie-gras (Alléno lo borda en cualquier formato) o la trufa blanca (atención a la salsa que acompaña a sus agnolotti rellenos de alcachofa, o cuando forma parte de un aparentemente sencillo pollo en cuatro servicios). También será complicado que nos equivoquemos al pedir el cordero (normalmente de Lozère), especialmente en su versión perfumada a la flor de azahar, o si en los pescados nos decantamos por el rodaballo, un ingrediente cuyo punto de cocción no suelen acertar en muchos restaurantes, y que en Le Meurice acompañan, cómo no, de un buen foie y que culminan a modo de mar y montaña con unos tropezones de panceta. Para acabar el menú, buenos postres, la mayoría de elevado nivel técnico y con el chocolate como elemento protagonista.
El menú degustación, con 5 platos más quesos y un par de postres, sale por unos 220 euros, a los que deberemos añadir 160 si queremos realizar un maridaje de vinos. En temporada, también disponen de un exclusivo menú basado en la trufa blanca y que ronda los 500 euros por persona.
El servicio, adiestrado en los métodos de la vieja escuela, es extraordinario de principio a fin, ofreciéndote ser acompañado al final del ágape a disfrutar de un pequeño tour por el salón del hotel, mostrándote el acogedor bar con piano en directo, en el que difícilmente despreciarás un buen cóctel de despedida.
Lujo en estado puro.
Colaboración especial: Dani – CaviarBCN